Ingratos

 No es si no la otredad lo que nos diferencia.


Buscamos espejos en reflejos 

de retrovisores de coches 

reflejados en ventanas de escaparates

que deforman la imagen hasta encontrar la semejanza.


Vemos pares de ojos 

y bocas con dos pares de narices

andar de la mano mientras la soga 

de un vínculo nos rodea del cuello.


Corremos hacia lados opuestos obligados

a girarnos de vez en cuando sólo

para asegurarnos de que sigue ahí

de lo que huíamos.


Nos parecemos.


Como una impresión repentina 

causada por el miedo nos eriza la piel

al darnos cuenta que le tememos a una refracción

que nos devuelve los gestos.


Y le sumamos, a parte, 

la pesadumbre de cargar con un amor que sentimos ajeno.

Somos ingratos de nacimiento.


No pertenecemos.


No nos pertenece.


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