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Ingratos

 No es si no la otredad lo que nos diferencia. Buscamos espejos en reflejos  de retrovisores de coches  reflejados en ventanas de escaparates que deforman la imagen hasta encontrar la semejanza. Vemos pares de ojos  y bocas con dos pares de narices andar de la mano mientras la soga  de un vínculo nos rodea del cuello. Corremos hacia lados opuestos obligados a girarnos de vez en cuando sólo para asegurarnos de que sigue ahí de lo que huíamos. Nos parecemos. Como una impresión repentina  causada por el miedo nos eriza la piel al darnos cuenta que le tememos a una refracción que nos devuelve los gestos. Y le sumamos, a parte,  la pesadumbre de cargar con un amor que sentimos ajeno. Somos ingratos de nacimiento. No pertenecemos. No nos pertenece.

Vientre

No se vuelve vientre quien quiere parir. Una piel nacida de lo inexistente No puede si no desvanecerse Ante el frío de útero que nunca fue hogar. Sometido bajo el yugo de una soga umbilical Me escucho junto a una voz desconocida Anhelando el tacto de unas manos que jamás me levantaron. Hiciste de tu amargura un niño herido, De su existencia el cauce de tu ira Y del vínculo una búsqueda eterna. Meciste en un vaivén irregular tu indiferencia, Mientras cantabas desaprobaciones de cuna Y ahora, lo único que haces Es descoyuntar infancias en el cerco de un vaso. Alimentaste tu propia ausencia Mientras nosotros moríamos de hambre. Reclamamos ahogados en llantos  Llenar un vacío tan profundo Que lo hicimos trinchera Y aún ahora, Nuestras manos siguen siendo tan pequeñas Que no alcanzamos ni a asomar la cabeza. Las pusimos en el fuego por ti. Acabamos reduciéndolas a cenizas  deshaciéndolas con cada intento De tocar la extensión de una sombra Que ni siquiera reconocemos. Cuando me due...