Ingratos
No es si no la otredad lo que nos diferencia. Buscamos espejos en reflejos de retrovisores de coches reflejados en ventanas de escaparates que deforman la imagen hasta encontrar la semejanza. Vemos pares de ojos y bocas con dos pares de narices andar de la mano mientras la soga de un vínculo nos rodea del cuello. Corremos hacia lados opuestos obligados a girarnos de vez en cuando sólo para asegurarnos de que sigue ahí de lo que huíamos. Nos parecemos. Como una impresión repentina causada por el miedo nos eriza la piel al darnos cuenta que le tememos a una refracción que nos devuelve los gestos. Y le sumamos, a parte, la pesadumbre de cargar con un amor que sentimos ajeno. Somos ingratos de nacimiento. No pertenecemos. No nos pertenece.